LA NADA

LA NADA

Son muchas las madres recientes que llegan a mi consulta con esa expresión en la cara. LA NADA, más que cualquier signo o síntoma tangible, es ese algo que debes percibir en el ambiente y para lo que tienes que tirar de intuición porque pertenece al mundo de lo sutil.

Por supuesto, no todas la tienen. Tampoco se presenta con el mismo grado de intensidad ni sigue un patrón fijo. Como casi cualquier proceso humano, está filtrado por nuestras circunstancias, vivencias y modos de entender la vida.

Por eso, para poder entenderlo y saber descifrar que esconde esa mirada, hoy toca hablar de ELLAS.

ELLAS Y LA REALIDAD DEL POSPARTO

ELLAS son esas madres que intentan esconder tras su mejor sonrisa una mirada que mezcla sorpresa, frustración, tristeza, derrota, extenuación y miedo, mucho miedo. Empezando por el miedo a ser juzgadas que las ha llevado a esconderse detrás de esa expresión que se han puesto por máscara a modo de escudo protector frente a un mundo que, de repente, ha dejado de hablar su idioma.

La vida acaba de darles un baño de realidad que ha desmontado de un plumazo todas las expectativas que tenían con respecto al nacimiento de su bebé. Esa imagen de postal con parejas perfectas, madres radiantes, bebés inmaculados y sofás blancos ha desaparecido con el tsunami del posparto.

El puerperio las ha sumergido en un océano de sangre, sudor, leche, amor y también lágrimas…muchas lágrimas.

La postal de la felicidad absoluta, de la perfección fingida, definitivamente no existe.

La vida, como la naturaleza, es caótica, desbordante y desordenada. Su magia es capaz de arrasar en un segundo toda esa construcción mental que nos habíamos montado y mostrarnos como el amor más absoluto puede estar cargado de lágrimas o como la felicidad y la tristeza pueden mezclarse hasta dar lugar a emociones tan complejas que no sabemos expresar con palabras.

 

Ni siquiera existe un nombre concreto que exprese ese estado emocional que sólo se llega a comprender desde la propia vivencia y que nuestras madres o abuelas nos transmitían, a su manera, en forma de gran misterio que sólo comprenderíamos cuando nos llegase el momento.

 Probablemente sea la primera vez que sientes una mezcla tan intensa y confusa de emociones que te deje literalmente sin palabras. Te crees un bicho raro o incluso una mala persona porque ESO que estás sintiendo no es lo que debe sentir una madre cuando acaba de nacer su bebé.

Justo ahí comienza una historia que nadie te había contado desde un lugar de ti misma que ni siquiera sabías que existía.

La única certeza es la de no saber, ni siquiera, quien es esa que te encuentras detrás del espejo.

Te miras en él recordando la promesa de seguir siendo la misma después del parto, cuando tu bebé esté por fin al otro lado de la piel, cuando todo vuelva a ser como antes…Te miras sabiendo que eso no va a ocurrir. Es una promesa que no vas a cumplir porque después de ese viaje, has vuelto siendo otra.

Con toda esta información contenida en una sola mirada, transcurre la consulta entre informes, preguntas, exploraciones, datos… y, por supuesto; las respuestas de rigor con sus grandes clásicos.

A la pregunta de “¿cómo te encuentras?”,  vendrá el clásico BIEN. Así, a secas, seguido de un silencio cortante que aprieta la máscara contra la cara a riesgo de que se desprenda y deje salir algo de lo que está ocurriendo ahí detrás.

Da igual cómo sea la historia de su parto, que sea incapaz de sentarse erguida, que apenas articule palabra o que se sienta como si la hubiese atropellado un camión. La madre siempre está BIEN y todo lo que le pase es NORMAL aunque, de esto, hablaremos otro día con calma.

El clásico que hoy nos ocupa contesta a la pregunta de “¿cómo estáis llevando los primeros días en casa?”.

Ahí es bastante frecuente intentar encontrar una ayuda, una receta milagrosa, que nos devuelva la esperanza de alcanzar el billete de retorno que hasta ahora no hemos podido conseguir. Son frases afirmativas, pero expresadas en forma de anhelo o pregunta, porque esperan una respuesta o una solución:

“Pues…no me da tiempo a NADA”

“No puedo hacer NADA en todo el día”

“El bebé no me deja hacer NADA”

“No soy capaz de HACER NADA”

Cada una tiene un matiz que va expresando donde se pone el foco pero todas pueden traducirse en algo así como “Por favor, dime cómo vuelvo”

Cuanto encierra esa frase y que compleja la respuesta…

EL MOMENTO DE PARAR EN LA SOCIEDAD DE LA RUEDA

NO HACER NADA…

Que difícil para muchas madres el momento de PARAR.

Muchas de nosotras no contábamos con esa palabra en nuestros esquemas. Nuestra expectativa estaba repleta de cosas apuntadas en una lista: libros que leer, talleres a los que asistir, la maleta del hospital, incluso la playlist de música para escuchar durante el parto… Luego, de repente, el reloj se para y caemos en una especie de agujero negro donde se pierde toda nuestra lógica del tiempo. ¿Cómo no vamos a preguntarnos qué está mal?

Pensamos que otras sí pueden, nos comparamos y nos creemos ciegamente el mensaje de la mujer perfecta que nos han vendido, adornado y retorcido hasta llegar a conseguir que el propio concepto de EMPODERAMIENTO termine causando el efecto contrario a su definición.

No me creáis, sólo tenéis que hacer la prueba y poner en el buscador de vuestra elección maternidad y empoderamiento. Observad qué imágenes salen y como te hacen sentir en un momento como el posparto. ¿Es bienestar lo que te produce o esa sensación de que te falta algo que las de la foto sí tienen?

De todas las imágenes la que más me llama la atención con respecto al tema de hoy es la que traslada la idea de OMNIPOTENCIA. Como si la maternidad hubiese traído con ella la habilidad de PODER CON TODO.

Lo de llegar a todo sin despeinarte a costa de tu propio bienestar no suena muy poderoso, ¿verdad? Pues todas nos lo hemos creído.

En este sentido, ser poderosa es más parecido a escuchar lo que necesitas de ti misma, a poder pedirlo, a elegir lo que te sirve. Vamos, que va de hacer lo que te dé la gana. Pero hay todo un patrón incrustado en nuestro inconsciente colectivo sobre lo que significa ser madre que va a recordarte a cada paso lo que se espera de ti.

PODER CON TODO es la imposición social que hemos adjudicado a la condición de madre. Nunca fue una elección porque la alternativa a no poder con todo no es desprenderte de aquello que te sobra sino renunciar a la maternidad. Nunca fue una elección porque cualquier reivindicación que hagas con respecto a las situaciones en las que se hace evidente que poder con todo es un imposible será contestada con un dardo envenenado que te recuerda que la única decisión que podías tomar era si querías o no querías ser madre. Todo lo demás ya está decidido por ti.

Quizás uno de los misterios mejor guardados de la maternidad sea que es nuestro momento de PARAR. Entregarnos al ritmo de la vida nos permite mirar hacia adentro. Eso es lo que nos pide nuestro cuerpo, que está construyendo funciones nuevas, mecanismos neuronales, capacidades…que se está transformando aún después de una dura etapa de 9 meses, después de haberse abierto en canal para dar paso a la vida.

Estamos atrapados como sociedad en una enorme RUEDA de HACER que, en momentos vitales como este, nos atropella y descoloca. Cuesta mucho no seguir la inercia, la expectativa, el “tener que” continuar en la RUEDA que hemos convertido en normalidad.

Todo es HACER.

Inmersos y enfocados en el modelo productivo, hombres y mujeres nos hemos ido alejando de nuestra naturaleza, olvidando nuestros ciclos, adaptándolos a lo que exige la RUEDA, desoyendo a nuestro cuerpo, a nuestras necesidades como seres humanos.

Todo lo que hacemos y cómo lo hacemos lo marca LA RUEDA. Todo lo que consideramos normal es lo que se ajusta a su giro sin fin.

Llega el posparto a dinamitar todos los acuerdos, a establecer una gran incoherencia entre lo que te dice tu cabeza y lo que te pide tu cuerpo. Pero, si bien en otras ocasiones conseguimos ignorar al cuerpo con bastante éxito, esta es una en la que se impone con contundencia.

Tras el parto se ha activado un programa biológico altamente conservado contra el que no hay elaboración mental que valga. Esa era la parte que no nos habían contado. Que tu cuerpo iba a hablarte mucho más alto que tu cabeza y que los demás iban a seguir funcionando en sus propias inercias mientras tú parabas a conectarte con tu bebé y con todas las partes de ti que no conocías. De repente no sabes muy bien si son todos marcianos o la marciana eres tú pero no hay comunicación posible. No estáis hablando el mismo idioma. Como sociedad, interpretamos bajarnos de LA RUEDA como una desconexión del mundo que nos invalida. Sentimos angustia, nos desbordamos, nos sentimos inútiles cuando dejamos de cumplir con esa serie de tareas que nos hacen formar parte de ella.

 

Todo es susceptible de parecer imprescindible cuando se trata de PARAR porque, en el fondo, nos da miedo.

A esa necesidad compulsiva de seguir  haciendo y haciendo, nos empuja el miedo a no poder volver a subirnos a la RUEDA, a perder el ritmo, a dejar de pertenecer…

Otras veces el miedo es simplemente a mirar hacia adentro. Intentar seguir conectados fuera para no conectarnos dentro. Usar el HACER como forma de anestesia a SENTIR es la adicción más extendida, normalizada y socialmente aceptada de nuestro tiempo.

Nos han enseñado que valioso es quien mueve LA RUEDA. Quién no, se vuelve invisible.

Entre las filas de los invisibles, además de los bebés y sus madres, están los ancianos, las personas con alguna limitación a los que llamamos discapacitados o los cuidadores en todas sus facetas. También los “parados” se van volviendo invisibles conforme van pasando tiempo sin encontrar empleo. Los que enferman, necesitan una baja por incapacidad que va difuminándolos conforme esta se alarga y los conduce hacia el tribunal que declara su invalidez. Los jubilados también se desvanecen poco a poco hasta convertirse en ancianos invisibles.

Es difícil entender por completo lo que es convertirse en invisible hasta que te toca sentirlo en tu propia piel.

EL VALOR DE SER

El nexo común de todos esos procesos vitales es LA NADA, que aparece como una niebla de desvalorización en la que temes perderte desde el momento en el que asumes como cierto que tu VALOR está condicionado por tu capacidad de hacer girar la rueda.

Desde la potentísima creencia de que PARAR es PERDER, reforzada por los siglos de luchas y sacrificios que permitieron a las mujeres subirse a LA RUEDA, y los súper poderes que el mundo exige de nosotras como nuevas madres, cada una comenzará a librar su particular GUERRA DEL TIEMPO

¿Os suena la expresión “ser ALGUIEN en la vida”?

¿Será que acaso los que realizan actividades que no se traducen en dinero son NADIE? Pues mucho peor que eso, son CARGAS.

Los que no mueven LA RUEDA del sistema productivo pasan casi automáticamente a ser CARGAS. Es curioso como creamos conceptos como el de “cargas familiares” que nos lleva a interpretar de forma inconsciente y automática tener una familia como un lastre para lo profesional.

Es una herida profunda y bastante perversa la que convirtió esa parte de nosotras que es la maternidad en la eterna excusa para mantenernos alejadas de todo lo demás que somos. La hemos vivido como esclavitud, como techo de cristal, como freno a nuestras aspiraciones durante tantísimo tiempo que la consigna se volvió no renunciar. Puestos a no sacrificar nuestras aspiraciones, la opción es que puedas con todo a la vez. Lo perverso es que en la exigencia de no parar quien se sacrifica eres tú.

Lo perverso es seguir sosteniendo el sacrificio de cualquier parte de ti como precio para ocupar un lugar en LA RUEDA.

¿Dónde queda el EMPODERAMIENTO en esa jaula mental tejida de ideas y palabras?

¿Las personas pueden realmente ser cargas o lo son las circunstancias en las que nos hemos impuesto vivir?

Los señores de LA RUEDA necesitan de multitudes de personas totalmente disponibles que tengan muchísimo miedo de ser invisibles.

Los palos en nuestras ruedas no son nuestras familias sino las cosas que se siguen permitiendo que nos hagan con la excusa de que vamos a tener que cuidar de ellas.

El lenguaje es muy poderoso. Observando lo que nos decimos, podemos entender muchas de nuestras acciones, nuestras respuestas automáticas, nuestras limitaciones y nuestros miedos.

LA RED Y LA IMPORTANCIA DEL EQUILIBRIO EN NUESTRAS VIDAS

Entendedme bien. Yo no pienso que LA RUEDA sea mala o que no sea necesaria la energía de acción para mover nuestras vidas. No se trata de demonizar nuestros trabajos ni de culpabilizarnos por mantener nuestra vida profesional.

Justo al contrario, se trata de no culpabilizarnos y mucho menos sufrir una especie de castigo por una pausa totalmente necesaria que además cumple una función esencial en el mecanismo que permite que siga girando.

LA RUEDA es tan importante como LA RED que la sustenta.

Esa desvalorizada RED, que sostiene, nutre, cuida y acompaña; es el bálsamo que conecta todas esas partes que dan sentido a nuestra humanidad. A fuerza de ningunearla, la hacemos desaparecer. Destruyéndola, también destrozamos LA RUEDA.

¿Acaso no serán esos bebés invisibles quienes la hagan girar mañana?

La calidad de sus cuidados, su bienestar, su crianza en definitiva; marcarán los cimientos de la sociedad en la que viviremos.

Si a estas alturas alguien sigue pensando que no es su problema, será porque no cayó en la cuenta de que, la vida es tan sabia, que mañana el invisible serás tú en manos de esos bebés que ahora duermen en brazos de madres que NO HACEN NADA.

Probablemente no podamos llamarnos sociedad civilizada hasta que terminemos de integrar el CUIDADO como responsabilidad colectiva y terminemos de entender que todos necesitaremos ser cuidados en algún momento. Pero, mucho más allá, que debajo de la niebla de tareas imperceptibles a las que no damos ningún valor se conecta en nosotros todo aquello por lo que vivir cobra un sentido.

No os estoy contando nada nuevo. Habréis escuchado mil veces la importancia que tiene el equilibrio, las consecuencias negativas de irse a los extremos y la necesidad de complementariedad para que las cosas funcionen.

Las filosofías orientales nos explican de una forma preciosa esa sutileza en el equilibrio del YIN y el YANG, lo femenino y lo masculino, la acción y la introspección, hacer y ser, construir y sostener, RUEDA Y RED…

Entenderlos como realidades enfrentadas, atribuirles diferente valor y mantener el desequilibrio como base de nuestro modo de vida es un absurdo que nos mantiene en una constante lucha sin sentido con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Una lucha autodestructiva que tan sólo sirve para cargarnos de CULPA.

De las muchas que tendremos que transitar, esta será la CULPA de no ser OMNIPOTENTE. De no poder cumplir una fantasía en la que vuelves de una transformación absoluta sin que nada cambie. De una mentira contada una y otra vez desde la inconsciencia de sostener una máscara que pueda alejarte del juicio de NO PODER.

A veces, los juicios más desgarradores provienen de las heridas de las mujeres que nos rodean. Esos son los que más duelen porque esperábamos de ellas el abrazo que nos sostenga, la mirada que nos apoye o el oído que pueda escuchar con empatía todo eso que ni sabemos explicar. Acuérdate de que detrás de todo ese juicio está la intención positiva de que no desaparezcas.

Quizás la mejor forma de amortiguarlos sea entender que cada juicio es una confesión que nos habla de sus propios sacrificios, renuncias y dificultades. Agradecer toda la intención positiva que hay detrás de sus elecciones, dejar de hacerlas nuestras y sentirnos libres de tomar nuestro camino es, posiblemente, la mejor forma de salir del bucle.

¿PARA QUÉ?

Antes o después, llegará el momento de preguntarse ¿PARA QUÉ?

La rueda seguirá girando aunque te bajes. Nadie desaparece por darse el permiso de parar. Y puedes incluso disfrutar del caos que ha venido a  descolocarlo todo para dar lugar a todo lo nuevo que ha llegado a tu vida. Todo se colocará y volverá a ser cuando llegue el momento, sin necesidad de que hagas NADA.

 Toda esa reflexión ha pasado comprimida por mi cabeza en los imperceptibles segundos que tarda mi mirada en cruzarse con los ojos de esa madre. Es demasiado larga para los escasos minutos que nos quedan de consulta. Es demasiado intensa para quien se está levantando de un terremoto que ha removido el suelo que había bajo sus pies. Por eso decido que, al igual que sus ojos me han contado su historia, los míos le respondan en su mismo idioma. Le tiendo la mano y le doy el espacio que necesite, con su careta puesta hasta que decida quitársela o con ella siempre si no lo decide. Sólo le doy una frase que le permita salir del discurso tejido en mil capas con el que se va a seguir encontrando, que le permita dejar de sentirse culpable y encontrar su propia respuesta.

“¿QUÉ MÁS SE LE PUEDE PEDIR QUE HAGA A QUIEN LO ESTÁ DANDO TODO?”

LA NADA no es una enfermedad pero sin duda es un síntoma de una herida abierta entre las capas de nuestra identidad social. Algunos de nuestros bebés la atraviesan y nos dejan el maravilloso regalo de sanarla.

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