NI IGUALES NI TRANSFERIBLES

NI IGUALES NI TRANSFERIBLES

Comienza la semana en un Centro de Salud cualquiera, en medio de cualquier parte. El modo lunes es un acumulo de aglomeración, prisa, inmediatez y agendas llenas que genera una sensación de madeja enredada que no sabes por dónde comenzar a desenredar.

Una respiración profunda para que el oxígeno llegue al cerebro e ir buscando la forma de encajar minutos, respuestas y personas.

Suena el teléfono, “Doctora llama la madre de XXX porque necesita hablar urgentemente con usted. Me dice que está desesperada y no hay ni una sola cita disponible… ¿se la paso?”

A vueltas con el reloj, hoy inevitablemente habrá retraso y me ahorraré un café, que tampoco es tan necesario.

“Hola XXX ¿qué ocurre?, ¿en qué puedo ayudarte?”

“Aiiii Elia…no sé ni por dónde empezar ¿te acuerdas cuando llegamos a tu consulta con problemas de lactancia y me dijiste que no me preocupase entonces de la vuelta al trabajo, que ya cruzaríamos ese puente? Pues ya está aquí y no sé cómo pasarlo…

Perdóname porque yo sé que esto no es urgente. El caso es que ni siquiera me da tiempo a ir a la revisión para que lo hablemos. Ni siquiera son 4 meses, son 16 ridículas semanas…

¿Cómo voy a incorporarme a trabajar si no duermo y no tengo cabeza ni para acordarme de dónde puse las llaves?, ¿cómo voy a dejar a mi bebé si sólo le calman mis brazos? Y, si me voy, no come…

Mi pareja se queda a cuidarle pero está aterrado…es que no quiere biberón, ni de mi leche. Él le cuida maravillosamente pero mi bebé necesita que yo esté y yo… tengo la sensación de que me están arrancando un brazo…”

Esta conversación, dicha a toda velocidad, con la respiración entrecortada y lágrimas que se desbordan sin poder contenerlas; está basada en hechos reales.

No es algo aislado ni la incapacidad de una madre para enfrentarse a una situación. Es un tema recurrente que se repite en cada consulta, en cada taller, en cada grupo de madres…que refleja la incapacidad de una sociedad para dar una respuesta que sea coherente a necesidades muy básicas, que quedan barridas debajo de la alfombra de lo doméstico, para que cada uno se salve como pueda en la inexorable GUERRA DEL TIEMPO.

Es una ceguera selectiva amparada en un concepto de igualdad que sólo nos iguala para seguir moviendo la RUEDA del sistema productivo. Una idea distorsionada que no llega a integrar que, siendo extraordinariamente diversos, para alcanzar la igualdad de derechos y oportunidades lo que necesitamos es EQUIDAD.

El mejor ejemplo que se me ocurre para explicar la equidad es el que uso con mis propios hijos a través de uno de nuestros libros infantiles favoritos “Por cuatro esquinitas de nada”,de Jérome Ruillier (Atención, spoiler).

Unos minutos de lectura que nos cuentan cómo, desde el amor que le tenían a su amigo cuadradito, los círculos decidieron que era mejor usar el serrucho con el que pretendían igualarlo para agrandar la puerta.

Me parece magistral poder comprender de forma tan gráfica que para conseguir el bienestar común hay decisiones que pasan por el amor al otro.

EL PESO DEL PASADO

A estas alturas de cualquier conversación ya habría surgido algún comentario planteando que la biología es algo completamente intranscendente, que el trabajo es imprescindible, la conciliación un gasto insostenible, que los niños se acostumbran a todo y las madres de hoy son unas quejicas.

También es muy probable que caiga alguna frase enjuiciadora en la que se reproche la osadía de expresar estos sentimientos.

Frases del tipo “¿pero de que os quejáis? Si en mis tiempos…”,” Es que si queremos igualdad…”, “todas hemos parido…” aparecerán de manera reactiva intentando actuar de silenciador para no quebrantar el dogma de que las madres “siempre están BIEN y todo lo que les pasa es NORMAL”.

Estas frases van a abrir otra de esas carpetas que se encuentran en la nube del inconsciente colectivo conectando la herida profunda que representa para las mujeres el conflicto entre la igualdad de oportunidades y su biología.

Nuestro sistema social se asienta, nos guste o no, en un reparto de tareas y roles asignados según nuestro sexo que ha ido incrementando a lo largo de la historia una desigualdad de derechos y oportunidades entre ambos.

Nuestra esencia misma y, por supuesto, nuestra maternidad se han planteado como el motivo principal para ejercer un control sobre la mitad de la humanidad que representamos.

No todas las sociedades y no todos los grupos humanos asentaron su construcción social sobre esta desigualdad pero, por los diversos motivos de la Historia, la nuestra se fue desarrollando sobre unas creencias profundamente misóginas que representaban a la mujer como la causa de todo mal, con una capacidad inferior y que debía estar subordinada al hombre.

Puedes elegir un texto antiguo de cualquiera de las culturas que son cuna de nuestra civilización para llegar a través de parábolas y mitos a la conclusión de que nuestro cuerpo desata el pecado y los males del mundo, causa princial de nuestra MALA LECHE.

La brecha de la desigualdad es tan inmensa y está tan estructurada que incluso se hace invisible ante nuestros ojos a fuerza de siglos de costumbre. A pesar de los enormes esfuerzos de las últimas décadas no podemos olvidar el peso de los siglos de una desigualdad que sustenta nuestra civilización.

Con el trabajo remunerado y el reparto de tareas vinculadas supuestamente a nuestra biología se creó una división marcada entre el espacio público con reconocimiento social y poder sobre las tomas de decisiones ocupado por los hombres y el espacio doméstico sin valor, reconocimiento social, remuneración ni poder de decisión relegado a las mujeres.

En esta división social en la que las tareas que realizaban los hombres tenían valor y reconocimiento mientras que las que realizaban las mujeres se desvalorizaban, la crianza y los cuidados se convirtieron automáticamente en aquella pesada carga para la que estábamos destinadas las mujeres que nos impedía acceder al espacio público reservado a los hombres.

Este argumento tan perverso que asume que en nuestra naturaleza, además de los males del mundo, está cubrir las necesidades del otro (incluso adivinarlas) o limpiar el váter generó en muchísimas generaciones de mujeres una vivencia de conflicto que igualaba su biología con la esclavitud. SER mujer las condenaba a un encierro físico y también simbólico en la que no eran dueñas de sus vidas.

Dependiendo de la posición social, de las épocas o de algunas circunstancias personales; quizás podían tener alguna parcela de libertad. Pero si había algo que acabara completamente con aquella parcela era, sin duda, la maternidad.

Con aquel panorama, no es nada extraño que los movimientos feministas luchasen con uñas y dientes para derribar esta idea tan absurda como cruel pero también que las mujeres que aspiraban a que un día pudiesen ocupar ese espacio público reservado a los hombres huyesen de una maternidad que las anulaba.

Así, figuras tan relevantes para el feminismo como Simone de Beauvoir planteaban la maternidad como un lastre para la igualdad de género.

“la maternidad no es una gracia sino una servidumbre. El advenimiento de nuevos seres, el amor de la madre a los hijos y de los hijos a la madre, la hermandad que florece en el seno del hogar y el flujo incesante de la vida universal, constituyen una ¡maldición!”

Vivir la maternidad como una maldición…no sé si a estas alturas del artículo te has podido parar a pensar la magnitud del daño que genera esta herida y cuantas implicaciones puede llegar a tener con respecto a tu propia autoimagen, a la relación con tu cuerpo y a la relación con los demás cuando toda tu rabia se redirige como un boomerang, hasta el punto en el que rechazas partes de ti. Te estoy hablando de maternidad pero podríamos hablar de otros aspectos relacionados como sexualidad o corporalidad para que empiecen a encajar mil piezas de nuestro cotidiano que te aclaren sin mucha dificultad que no estamos hablando en pasado.

Si algo podemos agradecerle a figuras como Simone de Beauvoir y a todas aquellas mujeres que alzaron su voz a riesgo de perder la vida para intentar acabar con aquella maldición es que le pusieran palabras a su sufrimiento para que dejase de ser intangible.

Sabiendo de dónde venimos, es posible tener más claro hacia dónde vamos.  

IGUALITARISMO NO ES IGUALDAD

La historia del feminismo es un camino largo, con muchas idas y venidas, callejones sin salidas, victorias a medias y sabores agridulces. Probablemente todas las luchas encaminadas a conseguir cambios sociales de tal calado tienen estos ingredientes en común.

El caso es que las crisis sociales tienen mucho más poder de cambio que las protestas y el siglo XX con sus guerras mundiales, sus epidemias y su revolución industrial dejó claro que para seguir adelante se necesitaba contar con las mujeres y su mano de obra.

Las condiciones eran cuestionables en muchos sentidos. Uno muy importante era la cláusula no escrita de mantener una doble carga sosteniendo esa parcela de espacio público, y un ínfimo salario, sin desatender el espacio doméstico que les correspondía. Las labores femeninas eran inmutables aunque se les fuese permitiendo progresivamente desarrollar tareas que se consideraban de hombres. 

La puerta se entreabrió, pero habían dejado un serrucho apoyado en el quicio como condición para cruzarla. Las mujeres éramos admitidas, a regañadientes, en el espacio público pero nuestros procesos y nuestras criaturas debían quedarse fuera…

Como os comentaba en el anterior artículo LAS 3 HORAS, con este cambio social se generó una necesidad de alimentación, cuidados y supervivencia de los bebés sin la presencia de la madre.

Los sistemas también tienen la necesidad de transformarse y de adaptarse para sobrevivir. Una de las formas más comunes que tiene este en el que vivimos es apropiarse del discurso y darle una vuelta de tuerca conveniente para generar pequeños cambios tolerables para que en realidad nada cambie.

De esta forma comenzamos a ser iguales para cumplir unas condiciones de trabajo sin que cambiara nuestra desigualdad de derechos y nuestra biología comenzó a ser intranscendente para poder hacernos transferibles para nuestros bebés. Una carrera de obstáculos con una enorme mochila de condiciones a la espalda en la que visualizas la meta pero que, por mucho que corras, nunca es SUFICIENTE.

Supongo que el día que algún señor con bigote, al estilo de la época, dijo por primera vez la frase de cuñao: “¿no queríais igualdad?… Ea, pues ya la tenéis…”; quedó inaugurado el modelo de IGUALITARISMO LABORALISTA, con todo su entramado ideológico y una repercusión enorme en nuestras vidas, en nuestra forma de relacionarnos y en la de afrontar la crianza.

Siempre agradeceré a la antropóloga Patricia Merino Murga que me explicase este concepto que definía la incomodidad que me producía que se utilizase el término igualdad para algo que ni se le parece. Su libro “Maternidad, Igualdad y Fraternidad. Las madres como sujeto político en las sociedades poslaborales” es uno de los grandes imprescindibles para empezar a comprender la dimensión política que, también, tiene la maternidad.

CUIDAR NO VA EN LOS GENES

Las reivindicaciones de igualdad se convirtieron en una carrera de obstáculos donde la mitad de los corredores llevaban una mochila de 15 kilos a la espalda ante la pasmosa miopía del jurado.

Lo curioso es que, con ese discurso que asegura que nuestra biología es totalmente intranscendente, convive otro que impone que las mujeres tenemos unos súperpoderes especiales para asumir la multitarea y unas cualidades innatas para realizar trabajos de cuidados que los hombres no poseen.

Argumentos que vienen a resumirse en que los hombres NO SIRVEN para realizar ciertas tareas, sobre todo domésticas, y que están biológicamente discapacitados para cuidar de los demás e incluso para cuidar de sí mismos.

Como todavía nadie ha sido capaz de desentrañar ningún código genético en esa pata del cromosoma que nos diferencia, podemos asumir que se trata de aprendizaje y de cultura.

Este reparto desigual, cuyo máximo exponente hoy día es la carga mental, puede que pase más o menos desapercibido hasta que la intensidad de las primeras etapas de la crianza lo ponen de manifiesto con una montaña de tareas interminables que te aplastan y te empujan a LA NADA.

Es inevitable volverse hacia tu compañero de carrera para repartir una mochila tan pesada y que los dos podamos visualizar mínimamente la meta. El reparto de lo doméstico, una vez asumida la igualdad de obligaciones fuera de nuestros hogares, es, sin dudarlo, un paso necesario para acortar la brecha.

El problema es que se trata de tareas invisibles, no remuneradas y que resultan difíciles de asumir. Son tan invisibles que puede que ni siquiera te hayas planteado que existieran hasta que dejas de encontrarlas hechas. Requieren mucho esfuerzo con escaso o nulo reconocimiento.

Ese reconocimiento, o la falta del mismo, parece ser la clave por la que los hombres se encuentran con su OTRA NADA en un mundo que, de repente, les pide que sean corresponsables sin haberles enseñado cómo. Sin herramientas ni red que los sostenga asumen sus propios procesos a un ritmo que les parece de vértigo mientras sus parejas, educadas en la multitarea, les ven como tortugas.

Máximo Peña señala en su libro, Paternidad Aquí y Ahora, estudios que marcan la necesidad de otorgar reconocimiento a las tareas de cuidados para alcanzar esa implicación en los hombres que nos lleve a la corresponsabilidad. Pero, como él mismo cita, Diana Oliver nos recuerda en Maternidades Precarias, el otro libro imprescindible para comprender el entramado social que nos envuelve, que “Otorgar reconocimiento a los hombres por tareas que las mujeres realizaron toda la vida, no deja de ser un agravio comparativo”

Esa heroicidad otorgada a los hombres que asumen su responsabilidad no puede entenderse sin el argumento de la incapacidad. Yo diría que es un flaco favor, una desvalorización y una falta de respeto que nos invita a todos a generar relaciones codependientes que vendrán a desmoronarse con la intensidad de la crianza.

EN AUSENCIA DE RED, CUALQUIER SALTO PUEDE SER MORTAL

En este sentido, la psicóloga estadounidense Darcy Lockman, nos plantea en su libro “Toda la rabia. Madres, padres y el mito de la crianza paritaria” una amplia investigación con datos sobre la desproporción de tiempo empleado en cuidados y trabajo doméstico que sigue sustentado en las diferentes formas de educación a hombres y mujeres. La autora llega a aseverar que “el instinto maternal es mentira” porque para nosotras no deja de ser un comportamiento aprendido.

No me cabe ninguna duda de que alcanzar la corresponsabilidad pasa por un cambio profundo en la educación y en la cultura que aún se ve lejano. Sin embargo, no estoy de acuerdo en que sólo consiguiendo esa corresponsabilidad lleguemos a solucionar el problema de la conciliación si los cuidados siguen sin traspasar la puerta de nuestras casas.

Se le vuelve a dar la vuelta al discurso dejando el peso de la conciliación a una pareja que cría cada vez más en solitario, sin red ni tribu, haciendo malabares para repartirse la mochila de lo insostenible y acomodándose trozos de sí mismos intentando no caerse al VACÍO.

Ni que decir tiene cuando en vez de dos cría una persona en solitario o cuando lo haces en situaciones complejas, atravesados por un duelo, un trauma o la precariedad que nos empuja a los márgenes en los que los derechos fundamentales se desvanecen devorados por la supervivencia; como cuando nos encontramos con la maternidad en nuestro viaje de regreso a ITACA.

Mientras las personas sobreviven repartiéndose como pueden el peso de las tareas y el tiempo, el jurado que debería legislar para equilibrar esta situación mira hacia otro lado o lanza Humildes Propuestas como en el texto de Jonathan Swift (si si, el de los viajes de Gulliver). Como a estas alturas el canibalismo ya está muy mal visto y las tasas de natalidad son alarmantemente bajas, más que comernos a los niños, las humildes propuestas van encaminadas hacia una externalización de los cuidados que plantee como normalidad la separación de los bebés de sus figuras de apego durante jornadas interminables para las que no están preparados.

MATRESCENCIA

Una vez revisados todos esos componentes culturales que nos plantean una diferencia en la asunción de responsabilidades de cuidado que realmente no existe, vamos a hablar de las que si hay.

Ese planteamiento de Lockman que os comentaba antes sobre que el instinto maternal es mentira está, por razones obvias, bastante lejos del mío.

Aunque todos somos responsables en la tarea de criar a nuestros hijos, la mayor diferencia está en que el cuerpo lo ponemos nosotras, las madres que gestan.

El embarazo, el parto y los procesos que atravesamos en el posparto son una transformación sin precedentes a nivel físico, emocional, psicológico e incluso espiritual que conllevan un cambio en nuestra identidad y en nuestra mirada. Si, “Cuando nace un bebé, nace una madre” ¿porqué no ponemos en valor el increíble coste energético que tiene esta transformación?

A estas alturas de blog, os he puesto innumerables citas de estudios que plasman de forma objetiva y nos aportan evidencia científica sobre lo que las mujeres describen en sus relatos como una vivencia indescriptible en palabras, por su intensidad, y que ni siquiera se puede llegar a entender si no la has experimentado.

Para no repetirme, invito al que tenga alguna duda sobre lo que supone esta transformación a leer el libro de Susana Carmona, Neuromaternal.

Probablemente, después de leerlo, tú misma llegues a la conclusión de que plantear unos permisos iguales e intransferibles tanto para quien gesta y pare como para quien no, aunque los dos cuiden, “no deja de ser un agravio comparativo…”

¿Quizá deberíamos separar la recuperación de la madre de las necesidades de cuidado del bebé para dejar de invisibilizar el posparto y comenzar a hablar en términos de equidad?,¿acaso no son dos necesidades distintas con implicaciones en Salud Pública?

¿DÓNDE ESTÁ EL BEBÉ?

Ya hemos hablado de muchas circunstancias, condicionantes históricos, sociales, culturales, desigualdades, feminismo, políticas sociales, equidad y otro sin fin de cuestiones que suenan muy relevantes desde el punto de vista adulto pero, como suele ocurrir en tantas ocasiones, aún no hemos nombrado al bebé que debería ocupar el centro de la escena.

Deslizarnos por cualquiera de estas cuestiones no deja de ser evadirnos de lo principal. Los permisos laborales para el cuidado de un menor son herramientas para garantizar el derecho a ser cuidado de ese bebé y, por tanto, deberían basarse en sus necesidades evolutivas.

Sabiendo cada vez más sobre la impronta que tiene en nosotros nuestra vida uterina, entendiendo conceptos como la exterogestación, teniendo cada día más evidencia sobre el daño que supone la separación temprana de un bebé que no tiene conciencia de sí mismo porque se encuentra fusionado con su madre… es difícil seguir sosteniendo el argumento de que “si los permisos fuesen transferibles, las mujeres se los seguirían cogiendo y no se acabaría la desigualdad”.

En la Convención sobre los Derechos del Niño hay recogidas un sinfín de cuestiones relacionadas con la protección de la salud, el bienestar, el cuidado…y hay una frase que siempre me encantó:

“Los Estados Partes adoptarán todas las medidas eficaces y apropiadas posibles para abolir las prácticas tradicionales que sean perjudiciales para la salud de los niños.”

De modo que habría que comenzar por generar los recursos que impidan de forma eficaz las tradicionales prácticas de discriminación por cuestión de género, despidos por embarazo o durante el permiso por maternidad, negativas a adaptar puestos de trabajo por riesgo en embarazo y lactancia, intentos de obligar a renunciar al permiso de paternidad o estrategias de acoso laboral varias para que te termines marchando si se te ocurre solicitar cualquiera de esos derechos recogidos en la ley para cuidar a tus hijos.

Si el objetivo es cuidar y proteger a la infancia los permisos relacionados con la crianza deberían ser universales para garantizar esos cuidados de los que depende el desarrollo a todos los bebés, especialmente los más vulnerables. Vincularlos al trabajo trae como resultado que haya un 30% de familias que se quedan cada año sin derecho a estos recursos cuando realmente son las más desprotegidas.

Teniendo en cuenta la diversidad de modelos de familia que tenemos hoy en día y las diferentes circunstancias de cada una, lo razonable es empezar a flexibilizar permitiendo a todas ellas organizarse como mejor les convenga para adaptarse a estas necesidades, en vez de seguir forzando los tiempos de los bebés y dividiendo sus posibilidades de cuidados.

Con cada una de estas propuestas que recoge PetraMaternidadesFeministas y algunas otras más que se nos vaya ocurriendo le iríamos dando forma a aquella puerta que abrieron nuestras abuelas usando el serrucho que nos invitaba a cortarnos algún pedazo para que quepamos completas…

con toda la complejidad de nuestros procesos reproductivos y sin dejar atrás a nuestros bebés ni a sus derechos.

Ellos siguen esperando a que nos pongamos de acuerdo y, como no pueden hablar, se ponen en “huelga de lactancia” para intentar reivindicar que les escuchen en los únicos términos que parece que somos capaces de entender.

Como ya os dije al principio, esto no hay biberón que lo arregle.

“Tranquila, vamos a buscar opciones. Hoy me es imposible pero mañana tengo un hueco a las 10:00. Y, por favor, no te disculpes que esto dudo que no sea urgente pero te aseguro que es importante”.

 

“A ti, que acunaste mi vida y custodiaste mi sueño, enfrentando tus propias luchas y batallas.

Que renunciaste a profesión por cuidados durante tantos años, mientras persistías en soñar para mí un futuro con la vida resuelta.

Que imaginaste un camino que no siempre he seguido porque podía atreverme a buscar sabiendo que siempre tenía un puerto seguro al que volver.

A ti, que aún hoy, sigues tejiendo la red que me sostiene cuando la vida y sus prisas me arrancan momentos de abrazos y besos.

Gracias por regalarme la alquimia, a veces sin saberlo, que acaba con la maldición de ser mujer y madre.

Gracias siempre por ser la mía.” 

BIBLOGRAFÍA:

Hoy la cosa va de libros y los tienes todos referenciados en el texto para que puedas tener más información en las sinopsis. No dejes de leerlos.

This Post Has 6 Comments

  1. Mercedes

    Elia muy buena tu reflexión y exposición de algo tan complejo y poco entendido aún. Me gustó mucho además muy bien explicado por tu gran habilidad para escribir y que sea ameno y entendible. Te felicito.

    1. Muchas gracias Mercedes.
      Esta es una historia común y compartida por todas que espero que en algún momento tome un rumbo distinto. Aquí y allá. Un abrazo.

  2. Alicia Blazquez

    Elia me ha encantado tu relato, que se ciñe completamente a la realidad que vivimos los profesionales que acompañamos a las familias durante el proceso de embarazo, parto, postparto, lactancia y crianza. Me he sentido reflejada en todas tus reflexiones que por otra parte sabes que comparto, espero y deseo que algún día cambie gracias sobre todo a profesionales como tú. Un abrazo enorme

    1. Muchas gracias Alicia por tu trabajo y la labor maravillosa que has desempeñado acompañando a tantas mujeres. Gracias por enseñarme tanto, por ser mi amiga, mi compañera y la matrona que me acompañó en ese dificilísimo posparto. Eres parte de este artículo. Un fuerte abrazo.

  3. Heliodora Gonzalez Esteban

    Gran reflexión de vida, escrita con una pluma tan fina que se adentra en lo mas profundo del ser humano y de su realidad familiar y social.
    Gracias por formar parte de este articulo y no olvides nunca que seré siempre tu puerto, tanto en los tiempos de calma como de tempestad.

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